
Al ponerme el sombrero, que me quedaba grande, sentí la sensación de que levitaba en la trastera del patio de toda la vida, aunque era la primera vez que lo veía, y comprobé que estaba hecho una mierda. Se lo comenté a Carmela, que andaba depilándose la ingle, y no dijo nada. Carmela no dice nada cuando tiene algo que decir. Si no tiene algo que decir, lo dice. Menuda es Carmela con sus obsesiones y con sus depilaciones.