martes, 4 de noviembre de 2008

El placer de no saber dónde se está

He recorrido el largo trecho que me separa de Castronovo, y confieso que en ese recorrido he experimentado el placer de no saber dónde estaba. Recrearme en la confusión no ha sido nunca lo mio, ni tampoco lo he pretendido a pesar de que Carmela no paraba de insistirme en que era mejor no saber dónde estaba que estar donde no debía. Nunca le hice caso hasta que me compré el sombrero de copa, que exigian para ir a la boda de mi prima de Portugalda.
Al ponerme el sombrero, que me quedaba grande, sentí la sensación de que levitaba en la trastera del patio de toda la vida, aunque era la primera vez que lo veía, y comprobé que estaba hecho una mierda. Se lo comenté a Carmela, que andaba depilándose la ingle, y no dijo nada. Carmela no dice nada cuando tiene algo que decir. Si no tiene algo que decir, lo dice. Menuda es Carmela con sus obsesiones y con sus depilaciones.

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