martes, 4 de noviembre de 2008

Siempre he odiado la madreselva en el estofado

El color de tus entrañas resulta desconcertante. Nunca he sabido descifrar lo que se esconde por debajo de tu esternón, siempre erguido y a la luz de los candiles. Me parece que, cuando me ves llegar, Carmela, no eres consciente de lo mucho que deseo estar contigo, de la cantidad de soliloquios que me he largado con anterioridad a nuestro encuentro. Créeme que lo ansío, que anhelo verte en esa de bata de boatiné, que te regaló tu prima Suspirancia cuando se acordó de nosotros en nuestra noche de bodas, aunque nunca se enteró que no llegamos a casarnos. En la penumbra de mi cuarto intuyo rumores apagados, que me saben a delirio de madreselva en flor.
Y tu sabes que odio la madreselva desde que vendieron la casa del abuelo por cuatro duros aquellos cabrones de mis tíos, que no sabían mover el cubo de Ruby ni a la de tres. Créeme, Carmela, cuando me prepares el estofado de contraviesa no pongas en el plato nada que me recuerde a la madreselva de la casa del abuelo. ¿Vale?. Si lo haces, compraré ese aspirador que tanto odias.

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